El sueño truncado de Matías y Rocío Rolfi
Matías Rolfi, con 27 años, residía en el barrio de Saavedra. Tras abandonar una carrera inicial, decidió dar un nuevo rumbo a sus estudios junto a su hermana Rocío. Se matricularon en Nutrición en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (UBA) con la esperanza de algún día graduarse y trabajar juntos.
El fatídico día en la Facultad de Medicina
Este sueño compartido se hizo añicos el pasado viernes. Matías cayó desde el segundo piso del edificio de la Facultad de Medicina en Uriburu al 900. Había ido a ver la nota de un examen de Fisiología, en el cual no había tenido éxito, a pesar de haberse preparado durante varias semanas.
“Mati era un individuo que por su condición no era bien recibido por algunos, haciéndolo susceptible al bullying. Lamentablemente, para algunas personas malintencionadas, era un blanco accesible”, confiesa Rocío Rolfi, con el alma rota.
El dolor de Rocío y la indiferencia de las instituciones
La tarde de aquel viernes estuvo llena de confusión. El suceso se dio alrededor de las 18:30, pero en el hogar en Saavedra, nadie sabía qué había sucedido. Con las horas pasando, Matías no retornó a casa.
“Sé que suspendió un examen de Fisiología para el que se había preparado intensamente y su ánimo decayó mucho. La revisión fue el viernes y ocurrió lo que todos ya conocen”, relata Rocío.
“Solo quedamos mi madre y yo. Todo el sistema falló”, expresa Rocío.
La familia recién se enteró de lo ocurrido a las 23, tras conversar con algunos compañeros. “Nadie nos informó de lo sucedido en la facultad, ni las autoridades ni la Policía”, declara Rocío con indignación.
Rocío explica que Matías estaba bajo tratamiento y que tanto ella como su madre lo veían bien: “No responsabilizo totalmente a la facultad porque hemos enfrentado muchas dificultades familiares, solo él conocía sus verdaderas razones”.
No era la primera ocasión que Matías enfrentaba problemas en la universidad. Las aulas, que deberían ser espacios de aprendizaje y apoyo, frecuentemente se convertían en lugares difíciles para él.
“Hace aproximadamente un año y medio tuvo un desacuerdo con sus compañeros de clase y un ayudante de cátedra, por lo que decidió junto a mi madre y a mí dejar de cursar ese cuatrimestre y retomarlas posteriormente”, revela Rocío.
Matías volvió a inscribirse a algunas materias al siguiente cuatrimestre luego de tomarse un descanso de sus estudios.
“Hoy día todos comentan sobre el maltrato por parte de los profesores y ayudantes, no creo que esto deba ser normal. Somos seres humanos”, subraya Rocío.
En sus palabras se percibe una sensación compartida por muchos. La percepción de que se discute sobre salud mental, pero no se actúa. Rocío siente que hay un relato vacío, nadie se involucra lo suficiente.
“Todos hablan sobre la educación gratuita, la salud mental, la seguridad, y el bullying, además de condiciones como el autismo. Sin embargo, como sociedad, somos un ‘casi’ en todos esos aspectos”, reflexiona.
Matías y Rocío compartían un vínculo profundo. Estudiaban juntos, asistían a talleres y compartían días de estudio. “Él me necesitaba y yo a él”, menciona Rocío. Su padre falleció hace cuatro años cuando ella comenzaba el Ciclo Básico Común (CBC).
Rocío tuvo que abandonar momentáneamente la facultad para trabajar y apoyar a su madre, mientras que Matías continuó con sus estudios. “Este año logramos recomenzar y nuestro sueño seguía vigente”, confiesa.
Fuera del ámbito académico, Matías tenía un mundo propio. Admiraba las figuras en 3D de dibujos animados, películas y anime. “Tenía un estante lleno”, relata Rocío.
Le apasionaban también los juegos de mesa, las películas y las series, a menudo hacía análisis y clasificaciones de ellas, y luego las compartía con su hermana. “De vez en cuando dibujaba; compartimos en su momento un taller de dibujo, y hace un año también uno de lengua de señas argentina”, comenta.
Y añade: “Solo quedamos mamá y yo. Todo el sistema falló. La UBA, nutrición, era nuestro máximo sueño. Hoy, para mí, es una pesadilla de la que deseo despertar y volver a tener a mi hermano a mi lado”, concluye Rocío Rolfi.
El recuerdo de un compañero: “Lo veía como un amigo”
Leonel Rodrigo Nolvany continúa hablando de Matías Rolfi en tiempo presente, pronunciando su nombre con cariño e incertidumbre. “Siempre fue amable conmigo, me guardaba un asiento. Era un buen compañero”, recuerda.
En la universidad, compartieron charlas, cafés y jornadas de estudio. “Íbamos al bar saludable o al comedor universitario”, comenta.
Según su compañero, la experiencia de Matías en la facultad fue desafiante. “Sé que sufría bullying por parte de algunos, hubo ocasiones en las que otros se reían cuando estaba solo”, dice. Matías había compartido con él que tenía autismo.
Leonel menciona que “mucha gente lo evitaba” y que “en el grupo universitario se sentía menospreciado”. Juntos cursaron materias como Bioquímica, Bromatología y Fisiología, que ambos recursaban este cuatrimestre. “Hicimos trabajos de bromatología juntos. Este año, Matías estaba en su mejor nivel académico. Se inscribió en seis materias y aprobó todas”, explica.
Añade: “Cursaba Fisiología por cuarta vez; fue como que la gota que rebalsó el vaso”.
El viernes, Leonel no asistió a la facultad, pero pronto supo que algo no estaba bien. “Muchas personas que acudieron a la revisión y al recuperatorio de la materia dicen que Matías no se presentó, nadie lo vio entrar ni salir del aula”, confiesa.
Lo que siguió fueron horas de silencio, rumores, y mensajes en grupos de WhatsApp. “Muchos escucharon un ruido fuerte y luego vieron ambulancias y policías afuera de la facultad, pero nadie entendía qué pasaba hasta que la noticia salió a la luz más tarde”, dice.
Leonel relata que Matías jamás le mostró señales de depresión o que estuviera pasando un mal momento. “Siempre estaba de buen humor, vivíamos buenos momentos en la facultad. La última vez hablamos sobre El Chavo del ocho, la serie de Chespirito. Mati era un amigo, y solía decirle: ¿Sabes que si alguien te habla mal, avísame porque yo te defiendo? Y él reía”, concluye el joven.
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